Comentario
Capítulo LXXXII
Que trata de todo lo que le sucedió al gobernador en la jornada después que salieron de la villa viciosa de Arequipa hasta la ciudad de los Reyes
Estando en la villa de Arequipa, el gobernador supo cómo el galeón en que iba Gerónimo de Alderete, su capitán, estaba en el puerto de Ilo, veinte y cinco leguas adelante del puerto de Arequipa, y que la otra nao con grandes temporales había arribado al puerto de la ciudad de los Reyes, y que la galera estaba en el puerto de Arequipa, en la cual acordó ir a la ciudad de los Reyes por ahorrar el trabajo del camino. Y sabido esto se fueron el gobernador y Pedro de Hinojosa con los demás compañeros. Se embarcaron y navegaron en diez días hasta entrar en el puerto de los Reyes.
Sabido por el presidente cómo era llegado el gobernador con su galera, salió al camino a recebille muy acompañado de gente, y cuando le vido le abrazó, holgándose con él en extremo grado. Y el gobernador hizo el debido acatamiento como requería por la persona real que representaba. Y dijo a el presidente que la pena mayor y que más sentía era haber su señoría puesto algún trabajo en el hacer de la provisión que Pedro de Hinojosa había llevado, la cual se podía excusar con escrebir su señoría una breve carta. Y con verla, luego en aquel punto, volviera a cumplir su mandato y venir a darle cuenta de todo lo que le fuese pedido y le pidiesen.
Túvoselo el presidente de parte de Su Majestad en muy gran servicio, diciéndole que muy confiado estaba que lo que habían de su persona dicho de los agravios de los naturales era todo cautela y falsedad y envidias, pero que se holgaba, porque él así lo hacía en verle, por el mucho amor que le tenía y por la gran paciencia que tenía y usaba, y por la gran humildad con que había obedecido, porque con ella había dado muy gran ejemplo a los que presentes estaban y lo veían, y a los que lo oían y adelante lo sabrían, y porque todos los súbditos de Su Majestad supiesen obedecer, mayormente en aquella coyuntura y en tiempo tan vedriado y tierra de bullicios.
Respondió el gobernador Valdivia que en todo tiempo haría lo mismo aunque se hallase en lo último de la tierra, y vendría a obedecer pecho por tierra al mandado de Su Majestad y de los señores de su Real Consejo y Audiencias, donde quiera que estuviese, porque esto tenía él heredado de sus pasados, y en ningún tiempo tendría otra voluntad, sino la que su rey y señor natural tuviese, y que seguiría a la continua tras ella sin demandar otra causa ninguna.
Pues estando en esta gran concordia en la ciudad de los Reyes el presidente y el gobernador, allegó una fragata de Chile con quince soldados, a quejarse al presidente del gobernador don Pedro de Valdivia, y prencipalmente a que no le proveyese su señoría por gobernador, porque no le recibirían en la tierra. Viéndose ante el presidente aquellos quince hombres, se quejaron gravemente en presencia del presidente y del gobernador Valdivia.
Respondióles el presidente a todos que pidiesen por escrito su justicia, que allí se les haría cumplimiento de ella, los cuales le pusieron una demanda al gobernador de ciento y tantos capítulos. Vista por el presidente, dijo que la firmasen las personas que la ponían aquello, los cuales negaron su firma y no quisieron firmar. Y lo que le pedían era que les había quitado los indios que les había encomendado, y cuando vino del descubrimiento de Arauco, había reducido en menos número los vecinos de la ciudad de Santiago.
A esto respondió el gobernador que aquello se había hecho por el bien de la tierra y de los naturales de ella, y de aquello había ya dado cuenta a su señoría en Andaguaylas, y si su señoría mandaba, por el poder que de Su Majestad tenía, que se deshiciese, que él podía dar los indios a quien se quitaron.
Y viendo el presidente que todo era parlerías y malicias cuanto le oponían, no queriendo ninguno mostrarse parte, absolvió al gobernador, ansí de esto como de todos los dineros que le pedían, que les había tomado en el puerto de Valparaíso, porque la mayor parte se les había pagado en Santiago y allí en la ciudad de los Reyes, y que los pocos que les quedaba a deber, se los habrían pagado en Santiago, y cuando no, que él se los pagaría en allegando a la ciudad de Santiago.
Luego el presidente le dio licencia al gobernador, e otro día por la mañana, oído misa, se partió por tierra y dejó la galera a un su capitán que se decía Vicencio Monte, para que la aderezase y enjarciase, y le pusiese todo lo que fuese necesario, y se fuese con los hidalgos que con él en ella quisiesen ir.